domingo, 2 de junio de 2013

RADARES TRIBUTARIOS

Más que una bronca dominguera, de esas que el padre en su papel de progenitor responsable, da a su vástago adolescente cuando, -a largas horas de la mañana, con el sol culminando su cenit en un día que por fin se asemeja a lo que corresponde a estas alturas del año-, tras una noche toledana que por el olor a ron con miel que despide la estancia, más debería ser tinerfeña, no acaba de ponerse en pie tras los tragos y los estragos. El padre apela a su responsabilidad – a la del hijo- y le recuerda que si bien no hay límite de llegada, si que los hay de estancia en el lecho, y que si bien es grande para irse de copas con los amigos, también lo es para levantarse con la disposición de ayudarle a montar el jardín para el verano que recién asoma.
Y de los límites y radares, más que reprimenda hago hoy aviso. Y es que cuando uno va por la autovía, de esas que nos hicieron durante las vacas gordas, que nos hicieron parecer europeos y que ahora, cuando somos pobres, -ya lo éramos antes pero algunos creyeron, con tanta construcción que no- uno va tranquilo pensando que en la larga recta, siempre tiene su límite de los ciento veinte, y en las salidas, uno ve disminuir a cien y a ochenta, o a lo que se tercie, según la maniobra.
Avisos de radar encuentra uno por todas partes, pero resulta cómodo transitar por allí, sobre todo si uno pilló auto nuevo antes de descubrir nuestra ruina, y el coche tiene uno de esos mecanismos de bloqueo de la velocidad.
Justamente, la autovía en que me inspiro, es de esas como tantas otras, que se hicieron a diestro y siniestro, sin estudios lógicos al respecto -tanto por los ingenieros como por el personal que toque, o sea sé, enjabonados varios de esos que todos conocemos- con lo que quiero decir que el lugar donde se encuentra, la carretera primitiva y el tránsito habitual de la misma, no necesitaban la susodicha estructura.
Razón ésta sin duda para que abunden los radares a la caza de tributo. Como la mayoría de los conductores andan ya un poco boquerón, vamos, más secos que la mojama, acostumbran a circular atentos y obedientes a las señales, y claro, ahí viene donde el padre que quiere arreglar precisamente hoy ese jardín, convertido en gobierno dispuesto a cobrar como sea, de manera engañosa, como al azar, pero muy estratégicamente, coloca un disco de prohibición de cien, justo antes de uno de esos superpuentes por los que pasan diez o doce coches al día – vamos, igual de optimizados en rendimiento que la autovía- y el conductor, todo feliz, entiende que tras él, una nueva salida espera, cuando en realidad lo que se encuentra, es un radarcito, de los de toda la vida, con la cámara destellando a toda leche, y haciendo fotos con un precio en el mercado de artista de Hollywood, o mejor, de uno de esos de la liga BBVA, que a muchos de nosotros, nos tiene atontaos. De esos que todavía se pagan como eso, como si fuéramos ricos, como la multa... he dicho.
Y por una de esas, hasta te llevan preso.

LLENO TOTAL

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