Hace
un par de días, como todas las mañanas, hacía mis mandados a pie.
Antiguamente, cuando aunque nada, igual que ahora, iba bien, hacía
los recados en coche, había un montón de razones para ello: podía
conducir porque no tenía lesiones legendarias que me lo impidiesen,
resultado de la merma de servicios sanitarios tras las políticas de
recortes; podía también utilizar el coche porque llenar mi depósito
costaba justo la mitad que vale ahora; podía asimismo aparcar en
cualquier lado porque las zonas de pago solamente funcionaban durante
unas fechas determinadas; podía pagar con tarjeta de débito porque
sabía que mi nómina estaba en el banco esperando que yo dispusiese
de ella.
Ahora
camino toda la mañana. Andar en coche supone un ahorro de tiempo
importante pero no más que el valor económico acumulado en ello.
El desgaste físico es de alguna forma un si por si: ya no puedo
pagarme el centro deportivo, mi poder adquisitivo ha mermado de
manera directamente proporcional al aumento de patologías que bueno,
de alguna forma, equilibro de manera práctica, camino y camino,
aunque los brazos se dañan cada día más del peso que uno acarrea y
del aumento de trabajo, ya que desde que en la empresa somos menos,
debemos entre los superviviente de la primera quema, hacer bandera de
fuerza y optimismo y sacar uno lo que antes hacían tres, por
supuesto, con la misma calidad o mejor, mientras una y otra vez, nos
vemos en la obligación de andar haciendo y deshaciendo todo aquello
que la jauría de jefecillos ineptos puestos a capricho del que
manda, y que dicho sea, entre todos saben y trabajan menos que a los
dos indios de turno que han dejado – mi compañero y un servidor-
y que para más inri, cada uno de ellos se embolsa cada mes algo así
como el triple de nuestros jornales. Hablando de jornales, en el
momento que mi sueldo llega al banco, voy sin demorarme y con sigilo
a buscar mi dinero y pago en efectivo, para no ser atracada, ni por
CACOS ni por cacos, sobre todo los primeros, esos que, últimamente,
además de quedarse con nuestros dineros, reciben millonarias
gratificaciones por sus gestiones desacertadas, ya sea de manera
pública a través de cualquier tipo de retribución especial: gastos
de representación, dietas, o indemnizaciones varias o bien, de
manera privada, perdiendo los haberes en cuentas numeradas en
cualquier banco pirata anclado en aguas fuera de jurisdicción y a
poder ser sin donaciones GPS.
Y
en la puerta del banco, un hombre joven, con buena presencia y
provisto de dos mochilas grandes, que presumo, son sus únicas
pertenencias, está sentado en el suelo, cabizbajo, aguantando un
cartón blanco escrito a mano en el que leo “PARA VIVIR”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario