viernes, 25 de enero de 2013

VIVE Y DEJA VIVIR -O MORIR-


La mayoría seguro conocen la Ley de protección de datos.
Si, hablo de esa ley que tiene tantos precipicios legales que llegado el caso, si el abogado no es clase premium, de aquellos que algunos mientan como del diablo, tiene seguro perdido el caso.
Y la verdad es que, paradójicamente, todas sus lagunas vienen dadas justamente por la trivialidad de los temas que se contemplan, en contraposición directa con la atmósfera de rebeldía total que impera ante los sistemas establecidos. Esa es la auténtica dificultad, no hay otra. No hay más que la falta de respecto entre los ciudadanos, en ese afán de protagonismo o de venganza, muchas veces de carácter enfermizo, que gran parte de nosotros padecemos, esa pérdida total de aquel mítico “Vive y deja morir” del gran McCartney, por añadir algo más de mundanidad al texto.
Estamos tan inmersos en nuestro propio declive social, que ninguno de nosotros se de cuenta que de nada sirve buscar una tabla de salvación, y por descontado queda decir que, si este flotador es agarrarse al gobernante de turno como si fuese un mesías -siento en este trascendental momento la necesidad de aclarar que en ningún caso estoy refiriéndome ni por activo ni por pasivo, a ningún presidente, con e o sin ella, eso es básico que se tenga claro- sino de manera general o particular, de esa forma que todos alguna vez, en nuestro día a día, podemos encontrar la encrucijada ante nosotros.
La brutalidad ante el prójimo ha llegado a extralimitarse de tal forma que la vejación personal se contempla de manera tan natural como el que mira por la ventana y ve a la gente transitando las calles. Pareciera que no estamos hechos de la misma pasta, que los otros fueses figuras de barro, que ni comen, ni sienten ni padecen -ni tengan algún compromiso con el banco, porque no decirlo-.
No quisiera que esto pareciese un manifiesto comunista, hoy no toca, aunque viendo como está el tema, no descarto la idea. Mejor no descartar, lo que hoy no es útil, mañana puede serlo, que nadie lo dude, de la misma forma que, los que hoy atacan, en otro momento, pueden ser los sometidos al yugo -y no estoy pensando en el yugo de las ideologías políticas, sino en aquel que nos acompaña noche día, que aunque queramos muchas veces negar, está aquí, más cerca de nosotros que cualquier otra cosa, porque está dentro de cada uno, y aunque ahora esté aletargado, quizá de manera inconsciente para evitar dolor o para anestesiar todo aquello que vivimos, podría levantarse de manera abrupta y de repente acabar con nosotros mismos.