Ha
bastado una noticia al azar durante mi placentero brunch dominical,
para que ese fluido de coloración espesa y sabor ligeramente
férrico, empiece a burbujear salvajemente dentro de sus vasos, a
modo de bomba efervescente, produciendo un desalojo inminente de la
mesa por parte de mi humilde persona.
El
texto versaba sobre los derechos de las personas dependiendo del
substrato social al que pertenecen. Choca, cuesta de entender la
frialdad con la que se habla del tema como si no fuesen personas el
objeto de tal manifestación.
Primero
de todo he de decir que no ha sido esa supuesta frialdad -matiz que
por supuesto es totalmente subjetivo- lo que me ha llamado la
atención, sino el hecho de que alguien dentro del panorama político
empiece a dejar los eufemismos de lado y empiece, aunque de manera
tímida, a llamar a las cosas por su nombre, independientemente de
que uno se encuentre identificado o no con la opinión expresada.
Dicho
esto, entiendo que muy apurados se tienen que ver estos que mandan
cuando ya ni tan siquiera se preocupan en detallitos tan importantes
para ellos como utilizar un vocabulario impoluto políticamente. Y es
que no estoy en ningún momento haciendo alusión a esos comentarios
más que subidos de tono que alguna vez, a causa de un supuesto
micrófono mal cerrado, hemos conocido.
Pongámonos
en situación: Sala de prensa, político de turno en el estrado,
pleno al quince en asistentes de diferentes ocupaciones, todo ello
rodeado de cámaras, grabadoras y, personal de los medios de
comunicación.
El
político de turno explica su nuevo recorte autorizado, basado éste
en el tiempo de estancia en el país, como si la nación fuese un
hotel y se le aplicara el desayuno gratis a todos aquellos huéspedes
que tengan una estancia superior a una semana, por ejemplo...
Y
todo ello, con lo feo que suena sabiendo o sin saber, por no tener la
valentía de reconocer que desde un principio -desde siempre- no se
han establecido las políticas adecuadas en la materia (no aludo a
ninguna porque realmente, se han hecho tantas cosas mal...)
Uno
de los factores que han influido en ya catástrofe que nos invade, es
sin duda, la aplicación de políticas desacertadas – por no decir
descabelladas- por parte de las clases dirigentes. Políticas que
han sido sufragadas por el estado, o sea, por el contribuyente, o
sea, por todo aquel ciudadano que vive, trabaja y tributa, en este
país.
Sin
necesidad de ser un iluminado entendemos que una nación, por rica
que sea, por mucho que produzca -ninguno de ellos es nuestro caso-
está en posibilidad de costear subsidios dados a diestro y
siniestro, sin, en muchas ocasiones ni tan siquiera comprobar el
destino o procedencia del... digamos... envío.
¿Qué
porque?
En
primer lugar porque resulta muy fácil repartir un dinero que no te
pertenece. Los políticos y en su nombre las administraciones
gestionadas por ellos, se han encargado de repartir el dinero
recaudado de manera arbitraria, y eso, en en mejor de los casos.
Llevando
como estandarte político eslóganes alusivos a la prosperidad o a la
transigencia de la sociedad, no han hecho más que hacer un llamado
masivo tanto a aquellos pertenecientes a los estratos más
necesitados como a los que son duchos en vivir a costillas de éstos.
Una
vez transcurrido el libre periodo de llegadas descontroladas, y
también el de supuestas vacas gordas -que en realidad, nunca
existieron- todos sobramos.
A
unos quieren mandarlos a origen y a otros a Troikolandia, ya sea
sustituyendo las inversiones en el territorio por otras en otras
tierras, unas que mientan “paraísos” , dejándolos sin
posibilidad de sustentarse y tirar p'alante o bien, negando los
subsidios que a modo de regalía abonaban la esperanza de otros
muchos en peor situación.
Nuevamente
queda pues, ese modus operandi, esa mala praxis operativa que a lo
mejor, esta vez por fin, acaba estallándoles en sus caras
diamantescas -por aquello de que el diamante es la piedra más dura-
y... echando, echando, se quedan si peones que los mantengan.