Siempre
fue la sinceridad uno de los valores más importantes para mi, por no
decir que es el más. Creo que son muchos los que estarán esta vez
de acuerdo conmigo. Y es que en todos los niveles de la vida social
creo que es imprescindible la sinceridad. Seguro todos en más de
una ocasión han escuchado decir que las mentiras son una base poco
sólida en la que construir, y créanme cuando hoy les digo, que en
el transcurso de esta semana he podido comprobar por diferentes
cauces que esto es así.
Empezando
por ese refranero tan nuestro, tan sabio y tan certero, hablando de
mentiras recordaré aquel refrán que nos dice que las mentiras
tienen las patas muy cortas.
Recordaré
también a mi amigo Luis, al que en estos días veo poco porque al
estar siempre pendiente de la información, se encuentra más que
entretenido con los dimes y diretes del panorama político, que
debido a las velocidades en los cambios de declaraciones de los
supuestos mangantes no da al alcance de todas ellas, aunque si una de
sus reflexiones llamó mi atención, al coincidir casi, con mi amiga
Ali en un clarísimo comentario que envió al otro blog, aquel que
tengo bautizado con un par con ese mismo nombre “Con un par”.
Ali
hace referencia a la veracidad de las cifras que se informan y a la
no correlación con aquello que se vive en la calle, así como nos
recuerda como aquí uno lleva la picaresca instaurada
novelísticamente en “El lazarillo de Tormes”, allá por el XVI,
a deporte nacional provisto si puede ser de podium.
Es
aquí donde debo entrelazar la reflexión de Luis, cuando me
explicaba que en otros países, si alguien descubre que el vecino ha
defraudado a hacienda, lo denuncia, con un par, y lo juzgan por lo
que convenga antes de que se les olvide. Aquí nadie denuncia a
nadie, y no solamente en los casos de moneda, desgraciadamente.
Otra
de mis tertulianas me comenta que somos una sociedad que no
escarmienta, y me recuerda que hay sociedades donde además de no
pedir nunca a los bancos sino a la familia o amigos, corren un
auténtico riesgo de exclusión social ante el impago, una vergüenza
muy grande, cuando aquí, no pienso ahora en el impago, ni en el
desahucio -porque hoy no toca- sino en la conducta social ante el
delito monetario, poco nos falta para decirles “Torero” y darle
las dos orejas y el rabo, por diestro y por maestro, con un “Ole”
como Dios manda, de corrido.
Aquí
los defraudadores son héroes, tan importantes que se encuentran
ubicados en las más altas esferas sociales y es tal su empeño y
pluripersonajeo, que en ocasiones, se llaman a ellos mismos.
Y
mientras los deportistas del delito consiguen más medallas, la vida
del trabajador honrado se vuelve cada vez más cuesta arriba.
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