domingo, 12 de mayo de 2013

LA HERENCIA DE EL LAZARILLO DE TORMES


Siempre fue la sinceridad uno de los valores más importantes para mi, por no decir que es el más. Creo que son muchos los que estarán esta vez de acuerdo conmigo. Y es que en todos los niveles de la vida social creo que es imprescindible la sinceridad. Seguro todos en más de una ocasión han escuchado decir que las mentiras son una base poco sólida en la que construir, y créanme cuando hoy les digo, que en el transcurso de esta semana he podido comprobar por diferentes cauces que esto es así.
Empezando por ese refranero tan nuestro, tan sabio y tan certero, hablando de mentiras recordaré aquel refrán que nos dice que las mentiras tienen las patas muy cortas.
Recordaré también a mi amigo Luis, al que en estos días veo poco porque al estar siempre pendiente de la información, se encuentra más que entretenido con los dimes y diretes del panorama político, que debido a las velocidades en los cambios de declaraciones de los supuestos mangantes no da al alcance de todas ellas, aunque si una de sus reflexiones llamó mi atención, al coincidir casi, con mi amiga Ali en un clarísimo comentario que envió al otro blog, aquel que tengo bautizado con un par con ese mismo nombre “Con un par”.
Ali hace referencia a la veracidad de las cifras que se informan y a la no correlación con aquello que se vive en la calle, así como nos recuerda como aquí uno lleva la picaresca instaurada novelísticamente en “El lazarillo de Tormes”, allá por el XVI, a deporte nacional provisto si puede ser de podium.
Es aquí donde debo entrelazar la reflexión de Luis, cuando me explicaba que en otros países, si alguien descubre que el vecino ha defraudado a hacienda, lo denuncia, con un par, y lo juzgan por lo que convenga antes de que se les olvide. Aquí nadie denuncia a nadie, y no solamente en los casos de moneda, desgraciadamente.
Otra de mis tertulianas me comenta que somos una sociedad que no escarmienta, y me recuerda que hay sociedades donde además de no pedir nunca a los bancos sino a la familia o amigos, corren un auténtico riesgo de exclusión social ante el impago, una vergüenza muy grande, cuando aquí, no pienso ahora en el impago, ni en el desahucio -porque hoy no toca- sino en la conducta social ante el delito monetario, poco nos falta para decirles “Torero” y darle las dos orejas y el rabo, por diestro y por maestro, con un “Ole” como Dios manda, de corrido.
Aquí los defraudadores son héroes, tan importantes que se encuentran ubicados en las más altas esferas sociales y es tal su empeño y pluripersonajeo, que en ocasiones, se llaman a ellos mismos.
Y mientras los deportistas del delito consiguen más medallas, la vida del trabajador honrado se vuelve cada vez más cuesta arriba.



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