domingo, 7 de abril de 2013

PARAÍSOS FISCALES PARA LA INDIGESTIÓN


Hay que cumplir con las obligaciones. Todas las personas tenemos obligaciones que cumplir. Unos más, otros menos. No hay nadie que quede exento de ellas. Básicamente porque algunas de ellas son funciones vitales, que si nos negásemos a ejecutarlas, acabaríamos perdiendo ese derecho a estar aquí, de desde el momento del alumbramiento todo ser humano se ha ganado.
Hay que diferenciar como en casi todas las tareas del ser humano, dentro de las obligaciones podemos diferenciar las que son sí o sí y las que uno se marca con uno mismo.
Más de uno estará diciendo que a qué se debe todo este ensayo de a pie en mi homilia. Pues viene justo a modo de introducción, que hoy me es muy difícil enviar una parrafada dos punto cero que venga al quite con todos esos asuntos que lejos de subir mis niveles de testosterona y embestir con fuerza para poner mi pequeño grano de arena, en ese amago de desvelo, de demolición de todo lo que acontece con mis palabras, resulta que los acontecimientos judiciales de esta semana se me han atragantado en su gran mayoría y aquellos que han pasado mi gaznate, han producido tal indigestión que todavía, a las horas que son, intento recuperarme.
Es por ello que acudo tarde, muy tarde, a mi cita dominical y también por lo que hacía alusión en mi extraña introducción en este tipo de trabajos, a las obligaciones de las personas, porque justamente, la tarea de sermonear cada semana a modo de curilla pogre y rebotado con el sistema, como aquellos que había antiguamente, allá por el tiempo de los hippies, que tan buena labor social hicieron, es una de las obligaciones que tengo marcadas para con mi persona. Sería feo que si en algún punto del universo dos punto cero existe alguien interesado en mis homilías o sencillamente se ha acostumbrado a ellas, se encuentre que el sermón no se encuentra, como si se tratase de alguno de esos milloncejos que últimamente desaparecen de las cuentas de alguno de esos que los tienen, y que sin darle más importancias, no recuerdan que fue de alguna importante cantidad. Yo recuerdo hasta los céntimos que me ahorro si compro el pan de la panadería o en el supermercado, una diferencia aproximada del doble del precio -cuarenta y cinco céntimos para ser exactos- que suponen, una diferencia a lo largo del año de ciento sesenta y cuatro con cincuenta al año, cantidad que puede utilizarse por ejemplo, para para pagar el agua seis meses o la la luz de un mes.
Y ellos no recuerdan donde metieron algún millón... ¡Qué vergüenza!
No puedo entender esa obsesión por amasar dinero, y creo que esta falta de comprensión no se debe al lugar desde donde yo me encuentro. Yo entiendo perfectamente que todos no tenemos las mismas prioridades, de la misma forma que las nombradas obligaciones, pero realmente ¿es necesario tanto? ¿Es necesario robar tanto? A ver, si tenemos una parte de la población tan sumamente inteligente como para amasar fortunas tan gigantescas -de manera legal o fraudulenta- , esa misma inteligencia no les da para pensar que llegado el día, no se van a quedar ellos aquí para la subasta final? Todo ese dinero, ese que es más que de sobra para vivir en su mundo de lujos, no les va a servir para comprar la salud, ni tan siquiera la tópica felicidad. Realmente ¿Es necesario fomentar de manera tan salvaje la desigualdad social? ¿Es de recibo tener millones escondidos en un paraíso fiscal que no tendrán ni ellos ni sus generaciones posteriores tiempo de gastar mientras con un misero porcentaje podrían generar formas de sustento para todos aquellos que se les niega?
Parece que todas esas cantidades no les dan para comprar un poco de sentido común, ese que seguro creen tener, pero que ni siquiera conocen.

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