Nos
dan esperpénticas muestras de sus logros, como si ellos, abalados en
la ficticia seguridad que da un bolsillo lleno, fueran los únicos y
los primeros en ser los suficientemente listos para amasar raudo
dinero, haciendo alarde de su consumismo superfluo, de sus billeteras
indecentemente cargadas, mostrando sus papeles a modo de abanico de
color morado y con ese peculiar olor que desprende el dinero en su
meneo.
No
piensan, de la misma forma que otros no pensaron antes, en que
aquello que llega rápido, se todavía más pronto.
No
se preguntan, del mismo modo que otros no preguntaron antes, de la
procedencia de esos caudales que ahora facilitan su hasta hace poco,
abrupta existencia.
No
dudan, de la misma forma que otros no dudaron antes, de la lícita
procedencia de todo ello.
Desconocen,
como todo aquel que se educa obsesionado en amasar contenedores de
billete fresco y denso, que todo es cíclico en esta vida, y que de
la misma forma que la escasez estuvo instaurada en sus casas durante
mucho tiempo, más pronto que tarde, volverá a recuperar sus feudos.
Desconocen
también que los lugares donde se encuentra la mina de su riqueza
será el pozo que se la trague y los deje sin ella.
Desconocen
que las burbujas por fuertes que parezcan, no son más que bombas que
embriagan con su crecimiento de tal forma, que uno pierde la noción
del precio que sin saberlo, está pagando por ellas.
Y
cuando toda vuelva a explotar, solo será momento en que otros,
nuevamente, igual que ellos ahora, tomen el relevo, su ración de
sueño.
Y
todo ello fluye de manera sucesiva y constante, a modo de sueño que
nos hace creer logros ajenos como nuestros, mientras la cruda
realidad es que todo son juguetes de niño rico de dimensiones
desmesuradas y que las fortunas, nunca cambiaron de dueño.
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