Quisiera
no pensar en ello pero no puedo y si esto ocurre es porque cada día
esta sociedad me lo pone más a huevo.
Quisiera
creer, aunque fuera solo un momento, que todo el monte es orégano,
que todo el mundo es bueno, pero de eso a aquí, nada hubo nunca más
lejos.
No
me resigno, aunque si soy franca, lo intento.
Y
lo peor de todo esto es la desconfianza que se acrecenta sin tregua,
sin un merecido descanso de esa vigía constante en que se está
convirtiendo la vida.
¿Que
de qué hablo? Estarán pensando...
Hablo
que todo aquel que hace del bien su divisa, del que se abandera
paladín de la justicia, en el misionero de a pie que estremece en
sus relatos de las miserias de la vida.
Estoy
hablando de todos aquellos que bajo el gesto de la bondad ensalzan
hazañas desinteresadas, tanto en las altas esferas como a la altura
de las ratas.
Hoy
quizá me siento más impúdica, la realidad que se torna cada día
más dura me revela. Estoy tan alterada ante tanto terrorismo que
destilo cólera en mis venas abiertas.
Cada
vez que escucho aquello de “sin ánimo de lucro”, algo en mi se
revuelve, unas arcadas violentas se apoderan de mi estrella. No
puedo evitar el pensar en lo que se esconde tras ello, no veo lo que
nos presentan, el resultado, es falso, no me interesa.
Tras
la supuesta sonrisa de un niño, encontramos la evasión o la fuga de
capitales, que a ese mismo niño, han llevado a la pobreza.
Detrás
de la maniobra que libera a un pueblo, no hay más que la avaricia y
la codicia, de lo que esa tierra genera.
Tras
el voluntario sufrido, que se emociona ante el detalle ajeno, se
esconde un lobo con piel de cordero que busca víctima a quien
morderle el cuello.
Y
mientras todos ellos hacen colada de sus conciencias, a los
imperfectos como como yo, siempre además nos quedará la duda, el
saber realmente si es el buen hacer quien todo esto mueve y estamos
equivocados, cosa que presumo en pocas ocasiones sucede. Y si esto
pasa, buena nota hemos tomado, cuatro lágrimas, y limpios nuevamente
hemos quedado.
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